Entre las propuestas ambiguas de Mariano Rajoy en torno al programa electoral de su partido, sobresale su decisión de bajar impuestos al capital y de bajar los salarios. Es decir, y en roman paladino, está propuesta tiene la ventaja de que, al menos, es nítida. Se entiende inmediatamente. A los ricos, a los capitalistas, Rajoy quiere bajarles los impuestos, mientras que a los trabajadores les anuncia que reducirá los sueldos. Toda una primera lección de neoliberalismo salvaje por parte del próximo presidente del Gobierno, si se cumplen los augurios demoscópicos.

Las profundas debilidadesEl auténtico Rajoy, que en términos ideológicos siempre ha sido -desde su juventud hasta ahora- un reaccionario de tomo y lomo, empieza a exhibir sus profundas debilidades como político. Se ha rendido ante el loby de los grandes empresarios o, directamente, ante la CEOE. Se ha rendido asimismo, en relación con el aborto, ante la presión episcopal, la clerigalla y los movimientos ultracatólicos o integristas. Y se ha rendido una vez más ante la denominada ala dura del PP, después de pronunciar él una alocución impecable sobre el fin de ETA.
Los más montaraces no son minoritariosEn lugar de hacer callar a los sectores más montaraces del PP –que por cierto no son minoritarios-, Rajoy se ha sumado, como es su costumbre inveterada, al funesto cortejo de la derecha extrema, que intenta como fuere la continuidad de ETA. No soportan que el mérito de haber conseguido el fin del terrorismo sea para José Luis Rodríguez Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba. ¿Quién manda más, de hecho, en el Partido Popular el trío formado por José María Aznar, Esperanza Aguirre y Jaime Mayor Oreja o la soledad de Mariano Rajoy?
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