En el célebre mitin de Dos Hermanas (Sevilla), Alfonso Guerra hizo un llamamiento de calado: “Decidles a esas almas vírgenes de la izquierda que se enfaden y que nos critiquen, que nos critiquen cada día, pero que el 20 de noviembre acudan a votar en defensa de la educación de sus hijos.”
Hemos de presumir que la gran mayoría de los ciudadanos, especialmente los que comparten valores de izquierda y de progreso social, adoptan sus preferencias de voto a partir de criterios de racionalidad. Racionalidad en los análisis, racionalidad en los propósitos y racionalidad en las decisiones.
La trascendencia de la cita electoral del 20 de noviembre aconseja afinar mucho en estos ejercicios de pensamiento racional. Posiblemente, lo que está en juego en esta ocasión va más allá del color político del Gobierno para una legislatura. La encrucijada que se abre ante nosotros afecta a los cimientos de nuestro modelo social y político. Adoptar un camino u otro a partir del 20 de noviembre puede suponer el avance sustancial o el retroceso drástico en términos de libertad, de igualdad y de derechos de ciudadanía.
Por eso, ahora más que nunca, cabe pedir a los ciudadanos con principios progresistas que hagan juicios críticos pero justos, que establezcan propósitos de interés general, y que adopten decisiones de voto inteligentes.
Un juicio crítico pero justo es aquel que reprocha al Gobierno socialista la práctica de medidas discutibles, mediante formas censurables, al margen de su propio programa en ocasiones. Pero este mismo juicio habrá de asumir que los objetivos de ese Gobierno eran legítimos: preservar al país de la quiebra económica, de la intervención foránea y del retroceso social grave.
Tendrá que reconocer también que, a la vista de lo ocurrido en el resto de los países mediterráneos, desde Grecia a Portugal pasando por Italia, algo se ha conseguido. Y el balance social de la gestión gubernativa deberá incluir, junto al aumento del paro, la amplia cobertura al desempleo, el aumento de las pensiones mínimas, la renta básica de emancipación, la ley de la dependencia…
Tras el juicio, los propósitos. Se me ocurren cuatro al menos para dirigir el voto progresista en estos momentos. Primero, la identidad ideológica, votar por afinidad de ideas. Segundo, la praxis, votar por un programa y un candidato que ofrecen soluciones a los problemas pendientes. Tercero, el castigo: os habéis equivocado y merecéis mi abandono. Y cuarto, la decepción: sí, soy progresista y prefiero un Gobierno progresista, pero han sido tantos los desengaños, y además vamos a perder…
A quienes votan por coherencia en los valores corresponde animarles a defender con más determinación que nunca esas ideas que ayudarán a salir de la crisis sin dejar a nadie en la cuneta. La piel de cordero que viste Rajoy se transformará tras el 20-N en martillo implacable para aplicar las “reformas imprescindibles” que exige la patronal: despido barato, privatización de servicios públicos, copago sanitario, despido de profesores…
A quienes votan por objetivos reitero el argumento de Alfonso Guerra. Solo hay un programa, solo hay un candidato y solo hay una credibilidad para defender las políticas que necesitamos, para priorizar la reactivación de la economía sobre el control del déficit, para crear empleo sin arrastrar los derechos de los trabajadores, para defender la educación pública y la sanidad pública de los tiburones especulativos…
Finalmente, a los que están valorando la posibilidad de no votar o de votar contra sus propias ideas, por afán de castigo o por desilusión, hemos de pedirles que le den una vuelta al asunto. No puede reprocharse la crítica, por dura que sea. Es legítima, sobre todo en la izquierda. En buena medida está justificada. Pero, atención, porque el castigo puede volverse contra uno mismo, y porque la decepción puede salirnos muy cara.
Castigar al PSOE puede favorecer la mayor concentración de poder de la historia democrática de España en manos de la derecha. Y su hoja de servicios, en materia económica, en materia de libertades, en materia de derechos sociales, en materia de calidad democrática, debe alertarnos sobre el alto riesgo en que incurrimos.
Quedarse a gusto un día, transformando el reprochatorio legítimo en abstención, en voto de castigo o en voto inútil, implicaría pagar una factura muy costosa para nuestro futuro y el de nuestros hijos.
Por tal razón, hacemos un llamamiento a la izquierda, especialmente a la izquierda decepcionada y enfadada. Superemos la crítica cándida y estéril. Vayamos más allá de los posicionamientos estéticos. Actuemos con racionalidad: juicios críticos, pero decisiones inteligentes.
Publicado en Nueva Tribuna
No hay comentarios:
Publicar un comentario