El colegio de Granada donde crecer con dignidad es un derecho que se trabaja a día a día
Para los docentes del colegio Purísima Concepción, en Granada, la inclusión educativa no consiste en simplemente juntar a todos bajo un mismo techo, sino que debe ir mucho mas lejos: ha de proporcionar las condiciones adecuadas para que los alumnos puedan “progresar como personas, controlar su propia vida y conseguir contribuir y conectar con la de los demás”, sostiene Inmaculada Garrido, directora de este centro. Allí no se habla de a qué universidad irán sus alumnos, como tampoco se abordan muchos de los temas que preocupan a la mayoría de niños y jóvenes de su edad. Sus 109 estudiantes, de entre tres y 20 años y con una discapacidad de base que a menudo implica un gran número de carencias a nivel motriz, sensorial y de autorregulación emocional, trabajan cada día con un excepcional grupo de profesionales para conseguir, precisamente, que más allá de su diversidad funcional (término que ellos mismos prefieren), se los trate como los jóvenes que son.
“Tú puedes tener una competencia curricular de [Educación] Infantil, pero también has crecido. Tienes 14, 15, 16 años, y debes seguir trabajando tu desarrollo. No se te puede infantilizar, porque la persona tiene derecho a crecer independientemente de su capacidad o de su necesidad de apoyo a nivel cognitivo, motor o sensorial”, añade Garrido. Este colegio granadino, que atiende a alumnos con necesidades educativas especiales, recibe hoy el premio Escuela del Año 2023 de la Fundación Princesa de Girona de las manos del Rey Felipe VI.

Un reconocimiento que les llega no solo por su trabajo en el aula, sino por su permanente compromiso para extender esa visión de la inclusión real al resto del sistema educativo (desde universidades a centros ordinarios y de FP) e incluso de la sociedad (por ejemplo, a terapeutas ocupacionales, logopedas, psicólogos e incluso representantes de la Policía, para que sepan reaccionar ante la eventualidad de una persona con TEA en crisis de regulación emocional). En palabras del jurado de expertos, “por su liderazgo al visibilizar proyectos inspiradores (...) y por ser centro de referencia en atención a la diversidad, afrontando la educación a través de la innovación y asumiendo el rol de mentorización para otros centros”.
Conviene, eso sí, recordar desde un principio que, de la misma manera que no hay dos personas iguales, tampoco las hay cuando de discapacidad (o diversidad funcional) se trata: pueden ser niños que necesiten un “apoyo extenso y generalizado” a la hora de desplazarse, es decir, con silla de ruedas y alguien más; otros podrán manejar ellos mismos la silla; mientras que algunos podrán caminar con una cierta asistencia. Hay niños con problemas de disfagia (dificultad para tragar alimentos, líquidos o incluso la propia saliva) que necesitan estimulación oromiofuncional. Y hay quienes necesitan ayuda para autorregularse sensorialmente e interpretar adecuadamente los estímulos externos que reciben. Por sus intereses vela un equipo multidisciplinar de más de 30 profesionales, entre maestros de educación especial, psicólogos, fisioterapeutas, logopedas, trabajadores sociales, enfermeras y auxiliares educativos.

Al inicio de la visita de este periodista al centro, por ejemplo, nos cruzamos con un chico al que le molestaba el pitido que emitía una de las furgonetas de transporte. El necesario trabajo de acompañamiento puede solucionarse, en este caso, con unos simples auriculares; pero también puede pasar que les moleste, a nivel visual, una luz demasiado brillante, y que necesite unas gafas de sol. “Son alumnos que acceden a la información de maneras diferentes: los hay que lo hacen a través de la palabra escrita, y quienes necesitan hacerlo desde una imagen. Y los hay que ni siquiera así, porque no pueden unir el significante y el significado”, esgrime Garrido. Precisamente para facilitar ese acceso, los pasillos de su escuela están repletos de cartelería con lectura facilitada, con pictogramas y un lenguaje sencillo.
Hay, en el centro, alumnos que no pueden expresarse verbalmente. Por eso, la labor de escucha es fundamental, y para comunicarse emplean diferentes herramientas de alta o baja tecnología (como tabletas con imágenes o pictogramas, o lectores del iris de los ojos, que interpretan lo que el niño o niña quiere, según hacia dónde mira). Trabajan, a través de su programa INRED, dando apoyo a las familias, porque también es esencial cuidar al cuidador. “Hay veces que, cuando vienen de visita unos padres, les pregunto por lo que quieren conseguir, aquello que a nivel familiar más les impide llevar una vida normal. Recuerdo una mamá que me decía: “No podemos ni ir a una cafetería, porque con los ruidos se asusta y se pone a gritar”. Así que nuestro primer objetivo con la niña fue el de trabajar la desensibilización acústica”, recuerda Garrido. Esa misma necesidad de cubrir circunstancias tan heterogéneas es la que ha llevado a su equipo docente a desarrollar su propio material. La personalización es clave.
Innovación para una vida funcional
La jornada escolar en el Colegio Purísima Concepción se desarrolla con suavidad, respetando los momentos, los espacios y las necesidades de cada alumno. En su aula, María José Martín, Aché, maestra de educación especial, trabaja la educación basal con sus chicos y chicas. “Hay personas a las que les cuesta mucho trabajo llegar a una comunicación efectiva. Aquí todos son adultos; tienen entre 16 y 21 años pero aún necesitan ese anclaje de seguir investigando y descubriendo”, afirma. Eso sí, adaptándolo a su edad, porque “lo que no se puede es tener a una persona con 15 años trabajando el desarrollo motor fino con una bolita de plastilina”, apunta Garrido. En su aula, como en el resto del centro, es muy importante seguir siempre una rutina, de forma que el alumnado sepa qué esperar en cada momento. En la pizarra, unos pictogramas plastificados les informan de qué es lo que han hecho y qué es lo que viene ahora.
Pero ¿qué es la educación basal? Se trata de un enfoque pedagógico para personas con discapacidades múltiples y graves, centrado en el desarrollo de habilidades básicas como la comunicación, la percepción y la movilidad. Mediante estrategias adaptadas como la estimulación sensorial y la comunicación aumentativa, se busca mejorar la autonomía y la calidad de vida del estudiante, facilitando su inclusión y su participación en la sociedad. Por eso, aquí, cada día huele a algo: hoy toca bergamota; mañana será otro aroma.
Aunque la forma de trabajar del equipo docente depende de las necesidades individuales de cada uno, el objetivo es común a todos: prestar el apoyo que sea necesario en cada caso para que tengan el mejor funcionamiento posible en su vida. Bajo el lema Soy capaz, soy protagonista, su esfuerzo se centra en un desarrollo integral de la persona, “independientemente de sus limitaciones; empoderándola desde sus propias posibilidades y capacidades como ciudadano de pleno derecho y como parte indispensable de su grupo social, escolar y familiar”, explican desde la Fundación Princesa de Girona.
Con el objetivo de conseguir un impacto real en la sociedad, la escuela, desde su lugar como Centro Especializado de Referencia y Apoyo (CERA), ha puesto en marcha varios programas. Entre ellos destacan, en primer lugar, eDUAvanza, para compartir conocimientos y experiencias con centros de todos los niveles y convertirlos así en inclusivos desde distintas áreas como la formación, el desarrollo de metodologías especializadas, la investigación, la innovación, el asesoramiento o la concienciación; y Te invito a conocerme, por el que su alumnado ejerce de mentor de alumnos de centros ordinarios, presentándoles su manera de aprender, sus desafíos y qué es lo que hacen para superarlos. Los recursos y herramientas creados por su equipo están, además, disponibles de forma gratuita a través de su web.

Esa innovación a la que el jurado hizo referencia en su fallo obedece a su búsqueda incesante de su claustro por encontrar la mejor manera de cubrir las necesidades motrices, emocionales, sensoriales y comunicativas de sus alumnos, lo que por ende les lleva a emplear todo tipo de estrategias y metodologías. Gracias a ellas, por ejemplo, los niños y niñas que se alimentan por balón gástrico pueden experimentar en su boca los distintos sabores, a través del empleo de espumas de sabores normalmente limitadas a la alta cocina.
Para conseguir captar y mantener su atención, disponen de una sala de luz negra, un “espacio mágico” lleno de objetos brillantes en el que trabajan conceptos, seguimiento visual y construcción de frases e historias mientras desarrollan relaciones primarias y secundarias con el adulto. La terapia del cubo (también conocida como el enfoque de Gina Davies) sirve para captar y mantener su atención de forma natural, por medio de una caja o cubo con el que presentan objetos llamativos o actividades de interés. Así se ayuda a mejorar la concentración, la motivación y la comunicación en niños que tienen dificultades para mantener la atención en tareas dirigidas.
El centro, por otra parte, dispone de una sala de haloterapia y cromaterapia, una herramienta que sirve no solo para atender las necesidades de salud específicas (desde condiciones respiratorias crónicas como el asma, la bronquitis, la sinusitis o la fibrosis quística, a varios tipos de afecciones dermatológicas), sino también como recurso multisensorial que favorece el desarrollo integral del alumnado. En sesiones de 40 a 60 minutos, las micropartículas de sal presentes en el ambiente son inhaladas o se depositan sobre la piel, lo que promueve la relajación, la conciencia corporal, la calma emocional y un estado de bienestar que facilita también la interacción comunicativa, a través de actividades lúdicas y educativas integradas en las sesiones. Para las personas con movilidad reducida, las sesiones de hidroterapia les ayudan a liberar su cuerpo en el agua, aprender a flotar y nadar, y trabajar aspectos como la resistencia, el equilibrio y la relajación muscular y propia de la persona.
Además, gracias a su colaboración con la Universidad de Granada, han podido crear varias aplicaciones informáticas dirigidas al desarrollo de funciones ejecutivas básicas; el desarrollo motor y sensorial; la atención y la memoria; o el lenguaje, la lectura y el conocimiento matemático. Con Sígueme, por ejemplo, cultivan la atención y la comprensión de imágenes y conceptos; y con Historias Infinitas, emplean imágenes y pequeñas historias para ayudarles a comprender, explicar o anticipar situaciones vividas o que van a vivir. “Por ejemplo, si hoy toca piscina, pero se ha averiado el motor de la depuradora y hay que cancelar, yo voy a necesitar que me lo expliques muy bien, porque eso rompe con mi rutina y, si no, no lo voy a entender y me voy a enfadar”, ilustra Garrido.
Transición a la vida adulta
Ese derecho a crecer al que se ha hecho referencia desde el titular mismo de este reportaje se refleja muy especialmente a partir de los 16 años, edad en la que el alumnado empieza a participar en programas de transición a la vida adulta (que después, y siempre según el grado de autonomía conseguido, podrán facilitar su inserción social y laboral a través de centros especiales de empleo o centros ocupacionales). Son cuatro: Vida Independiente; Economía Circular; Creación Artística; y Aprendizaje y Servicios.
Vida Independiente. Aquí, los chicos y chicas aprenden a ser independientes y a vivir de forma autónoma. En sus aulas, que recrean el interior de un apartamento, las paredes están repletas de cartelería con lectura facilitada e imágenes que les ayudan a entender, paso a paso, cómo llevar a cabo las distintas tareas, desde hacer la cama a cocinar, lavar y organizar su ropa, de una manera efectiva y segura. “Todo lo curricular tiene cabida aquí. Las matemáticas, por ejemplo, se trabajan al hacer la compra para elaborar una receta”, explica la directora del centro.

Economía circular. A partir de elementos inservibles rescatados del punto limpio, aprenden a darle una segunda vida a esos objetos. Entre los proyectos que han llevado a cabo están la fabricación de papeleras a partir de neumáticos usados; un futbolín; un huerto; obras de arte de pintores como Van Gogh o Kandinsky a partir de deshechos plásticos; circuitos de acuaponía, jardineras...
Creación artística. “En este taller, lo que queremos es combinar la creatividad y la capacidad de expresión de nuestros chicos. dotándoles de unos conocimientos técnicos y de una destreza polivalente que les sirva tanto para realizar los aprendizajes propios del taller como para otros aprendizajes futuros en contextos diferentes”, explica María Luisa Caparrós, maestra del centro. Se trata, explica, “de que consigan herramientas que les ayuden a desarrollar sus habilidades sociales, que sepan lo que les gusta y que puedan desenvolverse en un mundo de adultos”.
Aprendizaje y Servicios. El alumnado, aquí, se encarga de fotocopiar, plastificar, encuadernar material y repartirlo entre los docentes que les hacen los encargos.
¿Y qué ocurre después? “Al finalizar esos programas, a los 20 años, intentamos canalizar a la persona para después poder seguir, o bien en el centro ocupacional que tenemos en la fundación, en el centro especial de empleo o en prácticas universitarias”, explica Garrido. “Tenemos, por ejemplo, el Punto Limpio de Granada, que es un centro ocupacional que gestionamos nosotros con personas con discapacidad”. Todo dependerá del grado de autonomía que haya conseguido la persona, ya que la forma de trabajar con ella en esta última etapa depende también de las limitaciones que pueda tener. Pero siempre sin dejar de tener presente el objetivo último señalado desde un principio: el derecho de todos y cada uno a crecer y vivir dignamente.
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