martes, 22 de julio de 2025

Don Quijote arremete contra un rebaño de ovejas

 


Esto diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas y comenzó de alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras como el puño.

Don Quijote no se curaba de las piedras, antes, discurriendo a todas partes, decía:

—¿Adónde estás, soberbio Alifanfarón? Vente a mí, que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo [en singular combate y, por tanto, alejado de la batalla general], probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolín Garamanta.

Llegó en esto una peladilla de arroyo [guijarro] y, dándole en un lado, le sepultó dos costillas en el cuerpo. Viéndose tan maltrecho, creyó sin duda que estaba muerto o malferido y, acordándose de su licor, sacó su alcuza y púsosela a la boca y comenzó a echar licor en el estómago; mas antes que acabase de envasar lo que a él le parecía que era bastante, llegó otra almendra [canto rodado pequeño] y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevándole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca y machucándole malamente dos dedos de la mano.

Tal fue el golpe primero y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegáronse a él los pastores y creyeron que le habían muerto y, así, con mucha priesa recogieron su ganado y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y sin averiguar otra cosa se fueron.

Estábase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta mirando las locuras que su amo hacía, y arrancábase las barbas, maldiciendo la hora y el punto [6] en que la fortuna se le había dado a conocer. Viéndole, pues, caído en el suelo, y que ya los pastores se habían ido, bajó de la cuesta y llegóse a él, y hallóle de muy mal arte [con muy mal aspecto], aunque no había perdido el sentido, y díjole:

—¿No le decía yo, señor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejércitos, sino manadas de carneros?

—Como eso puede desparecer y contrahacer [desaparecer y disfrazar] aquel ladrón del sabio mi enemigo. Sábete, Sancho, que es muy fácil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo había de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengañes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y síguelos bonitamente [con tiento, maña o disimulo] y verás como, en alejándose de aquí algún poco, se vuelven en su ser primero y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos como yo te los pinté primero. Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda: llégate a mí y mira cuántas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.

Llegóse Sancho tan cerca, que casi le metía los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya había obrado el bálsamo en el estómago de don Quijote; y al tiempo que Sancho llegó a mirarle la boca, arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.

—¡Santa María! —dijo Sancho—, ¿y qué es esto que me ha sucedido? Sin duda este pecador está herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.

Pero, reparando un poco más en ello, echó de ver en la color, sabor y olor que no era sangre, sino el bálsamo de la alcuza que él le había visto beber; y fue tanto el asco que tomó, que, revolviéndosele el estómago, vomitó las tripas sobre su mismo señor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudió Sancho a su asno para sacar de las alforjas con qué limpiarse y con qué curar a su amo, y como no las halló estuvo a punto de perder el juicio: maldíjose de nuevo y propuso en su corazón de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida ínsula.

Levantóse en esto don Quijote y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asió con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se había movido de junto a su amo —tal era de leal y bien acondicionado— [de buena condición], y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno], con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo además. Y viéndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo:

—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca. Así que no debes congojarte por las desgracias que a mí me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.

—¿Cómo no? —respondió Sancho—. Por ventura el que ayer mantearon ¿era otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan con todas mis alhajas [cosas que se precisan] ¿son de otro que del mismo?

—¿Que te faltan las alforjas, Sancho? —dijo don Quijote.

—Sí que me faltan —respondió Sancho.

—Dese modo, no tenemos qué comer hoy —replicó don Quijote.

—Eso fuera —respondió Sancho— cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes falta.

Capítulo XVIII de la Primera parte.

Es este uno de los episodios verdaderamente cómico de El Quijote, en el que la desbordada fantasía de don Quijote mueve a risa a cualquier lector; y también en el que Cervantes aprovecha su profundo conocimiento de la paremiología para insertas algún proverbio y varios refranes que pone en boca esta vez del propio don Quijote.

Don Quijote y Sancho Panza se encontraban enfrascados en una animada conversación, cuando de pronto vieron que se dirigía hacia ellos, en medio de una gran polvareda, dos rebaños de ovejas a todo correr. Sin embargo, “viendo don Quijote en su imaginación lo que no veía ni había”, las dos manadas las convierte en dos poderosos ejércitos, con sus héroes al frente de cada uno, de los cuales tenía conocimiento y era capaz de nombrar, como resultado de las historias caballerescas que habían terminado por trastornarle el cerebro. Y de este modo, caballeros, pueblos, provincias y naciones fueron desfilando por “el ejército de su fantasía” con tanta claridad que, cuando ya tuvo cerca los animales, arremetió contra ellos. Los pastores defendieron sus rebaños arrojando a Don Quijote piedras del tamaño del puño, que dieron con él en el suelo y lo dejaron tan descalabrado que lo dieron por muerto. Lo cierto es que, como consecuencia de las pedradas recibidas, don Quijote perdió varios dientes y muelas, y Sancho Panza se quedó sin las alforjas que llevaba, por lo que se quedaron sin comida.

El fragmento se lee con tanta facilidad como hilaridad, si bien convendría efectuar algunas puntualizaciones. De entrada, cabe la posibilidad de que la sustitución de la matanza de hombres por ovejas pudiera provenir de la tragedia “Áyax”, de Sofocles: en un ataque de locura inducido por Atenea, el héroe griego confunde un rebaño de ovejas con el ejército enemigo, y las ataca. Por otra parte, cuando Cervantes escribe que “Sancho llegó a mirarle la boca [a Don Quijote, que], arrojó de sí, más recio que una escopeta, cuanto dentro tenía”, parece tener en mente el célebre episodio del Lazarillo de Tormes en el que el ciego, metiendo su nariz en la boca de Lázaro, consigue que este vomite la longaniza que se ha comido a hurtadillas. En concreto, dice Lázaro: “De manera que, antes que el mal ciego sacase de mi boca su trompa, tal alteración sintió mi estómago, que le dio con el hurto en ella, de suerte que su nariz y la negra mal mascada longaniza a un tiempo salieron de mi boca”.

Y en cuanto al manejo de refranes por parte de Cervantes, es digno de reseñar este párrafo: “—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro]. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables], y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.

Y este es su significado:

No es un hombre más que otro, si no hace más que otro. Sentencia que indica que no debe haber más distinción entre las personas que la derivada de su esfuerzo; todo un alegato en favor del mérito personal: ahí es donde radica la verdadera valía de las personas

Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo. Dos son, al menos, los refranes que recogen esta idea: “Tras borrasca, gran bonanza” -es decir, que después de un periodo de mal tiempo, vendrá un tiempo más apacible-; y “Tras la tempestad, viene la calma” -es decir, que después de un tiempo de dificultades o problemas, llegará un momento de tranquilidad y paz. Obviamente, en el contexto ambos refranes tendrían un significado meramente metafórico.

No es posible que el mal ni el bien sean durables. Refrán que significa que ninguna situación adversa o beneficiosa dura para siempre. En el contexto, estas palabras de don Quijote transmiten esperanza, porque nos recuerdan que hasta los momentos más duros tienen un límite.

Y todavía nos falta por aclarar la referencia a dos personajes que cita don Quijote: Alifanfarón y Pentapolín Garamanta, enfrentados por diferencias religiosas: aquel, un “furibundo pagano” de religión no cristiana pretende casarse con las hija de este, que es cristiana. Pentapolín no acepta el matrimonio de su hija hasta que Alifanfarón no abandone sus creencias religiosas. Así lo cuenta Cervantes en este mismo capítulo:

—Pues ¿por qué se quieren tan mal estos dos señores? —preguntó Sancho.

—Quiérense mal —respondió don Quijote— porque este Alifanfarón es un furibundo pagano y está enamorado de la hija de Pentapolín, que es una muy fermosa y además agraciada señora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano, si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma y se vuelve a la suya.

—¡Para mis barbas [fórmula de juramento: por lo más preciado] —dijo Sancho—, si no hace muy bien Pentapolín, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere!

—En eso harás lo que debes, Sancho —dijo don Quijote—, porque para entrar en batallas semejantes no se requiere ser armado caballero”.

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