Las claves de una buena conversación
Las razones por las que debemos rescatar el arte de la buena conversación darían para varios artículos más de la dimensión de este. Pero las claves para rescatarlas las tenía una contemporánea de Nietzsche, el causante de esta reflexión. Su nombre era Cecil B. Hartley, y en 1875 recogió en The Gentlemen’s Book of Etiquete diez claves para el arte de conversar que siguen vigentes.
- Es absurdo pretender que todos estén de acuerdo con nosotros. Incluso estando completamente convencidos de que el otro está equivocado, conviene cambiar sutilmente de tema si la amabilidad queda en disputa.
- La regla dorada es saber escuchar. No podemos adelantarnos a lo que el otro va a decir, ni adivinar sus palabras. Escucha siempre hasta al final antes de responder.
- No mires el móvil. Aunque es evidente que Hartley no habló de un teléfono móvil, sino de “mirar el reloj, leer una carta u hojear un libro”, el mensaje es el mismo. No hagas sentir al otro que te aburre. No te distraigas cuando otra persona se toma el tiempo de hablarte.
- La modestia previene antipatías. No es necesario que demuestres ser la persona más inteligente de la sala. No hagas alardes de méritos, posesiones ni conocimientos. En definitiva, no trates a los demás con superioridad.
- No lo digas, demuéstralo. En lugar de hablar de tus virtudes, permite que los demás las descubran al observar cómo actúas.
- Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Esto no lo escribió Hartley, pero le habría encantado. No te enrolles. La brevedad ocurrente es más eficaz que el discurso eterno.
- No critiques ni compares. Si tu conversación no va a aportar nada, tan solo va a destruir a otra persona (sea tu interlocutor o un tercero en discordia), es mejor que no hables.
- No corrijas a los demás. Salvo que exista un trato que implique la corrección, como el de un maestro con su alumno, procura no interrumpir a los demás para señalar sus fallos. No suele sentar bien.
- No des consejos a quien no los pidas. La gran mayoría de las veces, el otro solo quiere que le escuchen. Espera a que te pidan tu opinión antes de emitirla.
- El elogio excesivo crea desconfianza. Está bien alabar al otro de manera sincera, genera vínculo. Pero si fuerzas el halago, empezarás a dar mal rollo.
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