lunes, 30 de junio de 2025

Derechización de socialistas históricos

 

¿Cuál es la causa de la derechización de algunos lideres socialistas históricos?

El debate de fondo no es pues si Sánchez traiciona el legado de González, sino si la España de hoy permite aplicar las recetas de aquel tiempo.



El distanciamiento de Felipe González respecto al PSOE de Pedro Sánchez no es un gesto meramente personal ni la expresión caprichosa de un exdirigente, sino el reflejo de una fractura generacional, política y hasta moral dentro del propio partido y, en cierto modo, dentro de la socialdemocracia española. González encarna la etapa de la Transición, momento histórico en que el PSOE asumió un papel primordial en la modernización de España y en la construcción de un modelo democrático basado en el pacto, la estabilidad institucional y el consenso constitucional. Su proyecto se apoyaba en una socialdemocracia pragmática, europeísta y profundamente integrada en las estructuras del Estado.

Algunos interpretan la crítica de González, Guerra o García-Page como una legítima defensa de los valores fundacionales del PSOE según arquitectura democrática de 1978

Al día de hoy, el PSOE liderado por Pedro Sánchez navega en un contexto radicalmente distinto. Lejos de aquel tiempo de certezas bipartidistas, hoy la fragmentación política, la crisis territorial, la desafección ciudadana y el auge de nuevas formaciones han obligado al partido a redefinir sus estrategias, sus alianzas y, en algunos aspectos, sus propios límites. Lo que para González es una cesión inaceptable —el diálogo con el independentismo, los acuerdos con partidos a su izquierda, la reforma de ciertos consensos de la Transición—, para Sánchez es la única vía posible para sostener un gobierno progresista que evite el regreso de la derecha o de un bloque conservador aún más endurecido.

Ante unas diferencias que no son solo tácticas sino también conceptuales, Felipe González representa un modelo de liderazgo basado en la centralidad, la negociación y la estabilidad, mientras que Sánchez ha optado por un liderazgo más resistente, capaz de enfrentarse tanto a la derecha como a determinados poderes del Estado, e incluso a sectores de la propia estructura institucional, cuando lo considera necesario. Ese cambio de actitud no es anecdótico, sino más bien responde a una transformación más profunda del terreno político, donde la autoridad moral de la Transición ha dejado de ser un marco compartido por las nuevas generaciones.

No es casual que González no esté solo en su distanciamiento. A su lado, de una forma cada vez más explícita, se sitúan otros referentes del viejo socialismo como Alfonso Guerra, que en sus intervenciones públicas adopta un discurso crecientemente áspero hacia el actual gobierno, en ocasiones más alineado con la narrativa de la derecha que con las tradiciones progresistas de aquel Alfonso Guerra del pasado, y que hoy se asientan en posturas que rechazan de plano las alianzas con el independentismo, la agenda plurinacional o cualquier reforma que toque los pilares de la Constitución del 78.

Otros ven en su actitud la dificultad de una parte del viejo socialismo para aceptar que el tablero ha cambiado de manera irreversible

Pero esta especie de socialismo de derechas no es patrimonio exclusivo de los viejos políticos de la Transición, ya que también lo encontramos en el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, cuya estrategia política se ha construido sobre el distanciamiento —cuando no la oposición abierta— a algunas de las decisiones del gobierno central, con un discurso que, en muchas ocasiones, parece buscar más la complicidad de un electorado conservador de su región que la coherencia con el proyecto socialista a nivel estatal. Su defensa cerrada del orden territorial vigente, su rechazo frontal a cualquier forma de diálogo con el independentismo y su incomodidad ante las políticas más progresistas del Ejecutivo, le han situado en un espacio político que, en la práctica, se desliza hacia posiciones que hace no tanto se consideraban propias de la derecha.

Este fenómeno no es exclusivo del PSOE, pus el rasgo recurrente en la política contemporánea de que antiguos dirigentes progresistas, con el paso de los años, se vayan acomodando en posiciones más conservadoras en contra de las transformaciones que lideran los partidos a los que aún dicen pertenecer, es un recorrido que también se da en otras latitudes y suele estar asociado al desgaste del propio relato fundacional de las transiciones democráticas.

Las dos almas del PSOE: la que aún mira hacia la estabilidad institucional de la Transición y la que se ve forzada a dialogar con los nuevos actores de una España plural y fragmentada

En este contexto, algunos interpretan la crítica de González, Guerra o García-Page como una legítima defensa de los valores fundacionales del PSOE según arquitectura democrática de 1978. Y al mismo tiempo, otros, en cambio, ven en su actitud la dificultad de una parte del viejo socialismo para aceptar que el tablero ha cambiado de manera irreversible, que las mayorías absolutas son cosa del pasado y que los pactos de hoy, aunque incómodos, son imprescindibles para mantener políticas progresistas y garantizar la cohesión social. Quizá ambas miradas sean ciertas al mismo tiempo.

Lo indiscutible es que el alejamiento de Felipe González no es solo el de un expresidente que observa con escepticismo las decisiones de un líder actual, sino más bien la representación simbólica de un PSOE que vive entre dos almas: la que aún mira hacia la estabilidad institucional de la Transición y la que se ve forzada a dialogar con los nuevos actores de una España plural, fragmentada y políticamente más convulsa. 

El debate de fondo no es pues si Sánchez traiciona el legado de González, sino si la España de hoy permite aplicar las recetas de aquel tiempo. Y la respuesta, probablemente, no admite nostalgia ni dogmatismos, porque, al fin y al cabo, cuando la realidad cambia y uno se niega a cambiar con ella, el riesgo no es solo quedar fuera del tiempo, sino convertirse en el guardián involuntario de aquello que un día se quiso transformar.

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