viernes, 20 de abril de 2012

El PSOE tras el 25-M


Tras un aciago año electoral, el pasado 25 de marzo el PSOE afrontaba las elecciones autonómicas de Asturias y Andalucía en condiciones muy adversas: aunque había superado sin daños irreparables un delicado proceso interno para la elección de su secretario general, su cuota de poder territorial y la dimensión de su grupo parlamentario en el Congreso alcanzaban mínimos históricos, hasta el punto de que –y esto es lo más grave– existía un sentimiento generalizado fuera y dentro del partido de que aún no se había tocado fondo. Por eso han sorprendido tanto unos resultados que en clave política cabe considerar dos victorias socialistas y que parecen haber impulsado un desgaste acelerado del PP en los sondeos. Todo ello merece un triple comentario.
I. Como casi siempre sucede en nuestro país, estos dos éxitos electorales del PSOE responden más a deméritos del adversario (la derecha –PP y FAC–, en este caso) que a méritos propios, más allá de indiscutibles aciertos estratégicos como la decisión de agotar la legislatura en Andalucía o de dejar gobernar a FAC en solitario. El caso asturiano y la lucha cainita provocada, ¡de nuevo!, por Álvarez Cascos no requieren más comentario. En cuanto al caso andaluz, parece evidente que los intereses electorales del PP se han visto arruinados por un envalentonamiento provocado por la mayoría absoluta lograda el pasado 20-N y alentado por la derecha mediática, así como por el convencimiento de que los casos de corrupción y el hastío de treinta años de gobierno sí les pasaría factura a los socialistas. El baño de humildad que supone el resultado para los “populares” –se quedan muy lejos de la mayoría absoluta y pierden, fundamentalmente en la abstención, alrededor de 400.000 votos respecto de las elecciones generales celebrada apenas cuatro meses antes– revela que este partido ha subestimado al PSOE y, sobre todo, a los ciudadanos.
II. En todo caso, los dirigentes socialistas deberían ser muy conscientes de la fragilidad de estas “victorias”. Es cierto que en términos porcentuales, el PSOE ha experimentado una subida apreciable, de aproximadamente tres puntos, respecto del resultado cosechado en ambas Comunidades Autónomas en los comicios generales del pasado mes de noviembre. Pero en ambos casos la comparación de estos resultados con lo sucedido en los procesos electorales autonómicos anteriores –2007 en Asturias, obviando las del pasado año, y 2008 en Andalucía– refleja una caída cercana a los diez puntos porcentuales con unas fugas de voto muy importantes: 600.000 votantes en el caso andaluz y 100.000 en el asturiano.
Y es que, en cierta medida, la clave de estos éxitos electorales parece haber estado en la abstención que esta vez –al igual que en otras muchas ocasiones pese al sentir de la opinión pública– ha beneficiado a los socialistas, perjudicando en cambio al PP sea por un exceso de confianza o por la decepción y el rechazo de los ciudadanos a sus políticas. Así pues, el bajo nivel de participación maquilla los resultados del PSOE en términos relativos; términos que son ciertamente decisivos a la hora de formar gobierno, pero que no deben llevar a hacer una lectura equivocada del peso real del partido y de su proyecto político, como por otro lado siguen poniendo de manifiesto las encuestas a nivel estatal.
III. Lo anterior no significa que no haya aspectos positivos en el modo en el que el PSOE ha afrontado este doble proceso electoral. Ciertamente los hay, y su importancia no estriba sólo en que hayan contribuido a estas dos decisivas victorias, sino también en la proyección de futuro que podrían tener en la escena política de nuestro país. Lo más relevante, a mi juicio, es que los éxitos electorales en Andalucía y Asturias son en gran medida el resultado de una importante movilización de la izquierda política y sindical. Conscientes de que la ofensiva neoliberal del PP, que tan bien ilustra la “ruptura” laboral, amenaza con llevarse por delante buena parte de lo construido y conquistado colectivamente en las últimas décadas, todas las fuerzas progresistas han identificado bien al adversario y han actuado con responsabilidad y coherencia. Así, los partidos de izquierdas han sido razonablemente respetuosos entre ellos durante la campaña y los sindicatos mayoritarios se han involucrado como nunca en el proceso electoral.
Y esta confluencia ha sido posible, fundamentalmente, por el giro a la izquierda  que el PSOE ha ido definiendo desde la campaña electoral de las pasadas elecciones generales. Un cambio en la línea política que se basa en la recuperación –siquiera incipiente– de un discurso socialdemócrata clásico en buena sintonía con los socialdemócratas franceses y alemanes, así como en la asunción de su liderazgo en el seno de la izquierda española. Aunque este último aspecto se ha visto algo empañado por la excesiva tibieza con la que el PSOE ha apoyado las exitosas movilizaciones del 29-M, la apuesta por una respuesta política del conjunto de la izquierda es, en mi opinión, el camino a seguir en la defensa del progreso y del bienestar social en nuestro país.
Borja Suárez CorujoProfesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social en la Universidad Autónoma de Madrid

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