Con diecisiete meses, mi hijo ha recibido la primera carta de su Ayuntamiento. La firma ese concejal cuyo único mérito conocido es haber sido lateral derecho del Cádiz, Alejandro Varela. Evidentemente, con diecisiete meses mi hijo no sabe leer, pero si supiera, podría comprobar que la carta que le envia su Ayuntamiento, la misma carta que le ha enviado a su padre y a su madre, es pura propaganda, demagogia de quienes no aceptan una discrepancia y no están dispuestos a cumplir sus compromisos.La columna de hoy está basada en hechos reales. Tan reales como que a mi hijo el Ayuntamiento de Cádiz le ha mandado una carta para explicarle lo que cobra la monitora de sus clases de matronatación y que su huelga (la de ella, que mi hijo con 17 meses aún no hace huelga aunque espero que las haga) no está justificada. La carta, en sí misma, es deplorable. Que se la envíen a un niño de diecisiete meses es, como poco, asqueroso.
Si mi hijo supiera leer podría comprobar cuánto dice el Ayuntamiento que gana la señora que le da clases de natación en la piscina. A mi hijo no le interesa el sueldo de esa trabajadora aunque ya que lo envían no deberían obviar que tiene un contrato por horas y que no gana los 20.000 euros que dicen que gana sino una parte de la parte. La carta está escrita por quien no se ha bañado nunca en esa piscina ni ha hecho uso de la pista agrietada o de la sala de musculación maltrecha. Los usuarios conocemos la realidad, la precariedad y el abandono al que han sometido a los trabajadores y a las instalaciones mientras sus amigos se lucran con gimnasios privados.
Después nos vendrán con la milonga de apretarse el cinturón, de reducir el gasto, pero derrochan en cartas pagadas por los ciudadanos de Cádiz para explicar su versión sobre un conflicto laboral aumentando esa deuda municipal que asfixia a los proveedores y a los trabajadores.
Si se trata de saber los sueldos de quienes trabajan al servicio del Ayuntamiento, no estaría mal que nos enviaran una carta con la remuneración de Juan Carlos Laz o Inma Macías y del resto de asesores elegidos a dedo. De hecho, en casa nunca hemos recibido una carta en la que el Ayuntamiento nos diga cuánto cobran Varela, Tey, Romaní o Teófila por lo que hacen. O cuánto nos ha costado en subvenciones a las cofradías que Pepe Blas se diera el gusto de pregonar la Semana Santa. O dónde está el dinero del Caso Rilco.
Ni siquiera el Instituto Municipal del Deporte nos ha explicado nunca a los usuarios por qué hay goteras que impiden el uso del pabellón Gadir o del pabellón del Centro Histórico muchos días al año. Sí que envió propaganda este Ayuntamiento goebbeliano sobre la apertura de la piscina de Astilleros días antes de las elecciones. A estas alturas sigue cerrada y no nos han explicado por vía postal las razones.
Mientras llegan esas nuevas explicaciones, le he dado a mi hijo la carta que le ha enviado Varela, para que la pintarrajee, la arrugue, la rasgue y, cuando acabe, la tire a la basura. Es el mejor sitio en el que puede estar una carta de propaganda política enviada a un niño de diecisiete meses. En la basura.
(Lo he tomado del blog La carga de un privilegio)
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