Algunas de las afirmaciones que se oyen estos días son difícilmente entendibles en el convulso tránsito recién iniciado por el PSOE. Cuesta creer, desde mi experiencia personal, que nunca haya existido democracia interna o libertad de expresión. Ya digo que este que suscribe siempre ha dicho lo que pensaba en voz alta.
Y vayan por delante algunos ejemplos de mi incontinencia verbal.
En repetidas ocasiones, hace años, dije que el funcionamiento democrático de algunas agrupaciones locales estaba viciado por la endogamia a las que las sometían sus dirigentes locales, enfrentándome, entonces a la dirección socialista local de turno y también a la provincial. Porque, aducía, los socialistas estaban en la calle y no en las agrupaciones locales, al menos no todos. Y soy consciente de que la fuerza del partido socialista reside en sus militantes de base, en quienes nunca han aspirado a un cargo electo y están alejados de la esgrima florentina y los pasillos de los congresos orgánicos.
He sido defensor de las primarias, el censo de simpatizantes y las listas abiertas hasta dejarlo escrito e, incluso, haber asistido como delegado a un congreso regional gracias a esas listas abiertas.
He opinado que Zapatero fue elegido Secretario General mediante un procedimiento de selección adversa, y a pesar de ello su designación fue la del proceso más democrático que ningún otro partido político haya llevado a cabo hasta el momento.
Alguien podría decirme que si “comulgo” tan poco con los procedimientos orgánicos qué narices hago en el PSOE. La explicación es que ideológicamente es en el único partido en el que quiero, puedo y debo militar, porque su objetivo, y el mío, es el de construir una sociedad más justa para las generaciones venideras, y si es posible, también para las actuales.
Claro que hay vicios en su funcionamiento, y cierto grado de voluntarismo, que es una manera eufemística de referirse a la incompetencia. Y claro que existen males en el PSOE, pero no se trata de males generalizados, luego pueden ser corregibles. Es cierto que en alguna agrupación el más revanchista e incompetente mantiene a raya cualquier intento de liderazgo legítimo en defensa de su propio clan. O que el oportunista con el ideario recién aprendido proclame soflamas virtuales a través de las redes sociales, dispuesto a derribar los muros inamovibles construidos supuestamente por las respectivas direcciones para defender sus privilegios por obra y gracia de los mismos dirigentes que ahora les parecen inapropiados.
Lo primera divergencia que mantuve, hace ya más de 20 años, me costó una terrible discusión con compañeros militantes de otra provincia. Mi posición: que la renovación no podía consistir en quítate tú para ponerme yo y que la fuerza del todo residía en la suma de cada una de las individualidades, sin excluir a nadie y que quienes intentábamos defender la renovación interna como herramienta de actualización teníamos en nuestra mano más claves para entender hacia donde se dirigía la sociedad que quienes llevaban ya varios años desempeñando responsabilidades; la de ellos la defensa del “status quo” provincial de aquella época, que es el mismo de ahora. Entonces ya era consciente de mi pertenencia a una de las muchas generaciones perdidas de socialistas a los que el aparato ha taponado y de que mi papel posiblemente consistiera en intentar desbloquear estructuras para que gente más joven y preparada accediese a los círculos de toma de decisiones.
Tampoco es que me haya importado sencillamente porque no he alimentado logros políticos personales, me sigo sintiendo orgulloso de ser militante de base en una agrupación local de una ciudad media como Montilla, una de las agrupaciones locales de la provincia de Córdoba que fundara Francisco Palop Segovia hace ahora más de un siglo y que presidiera Francisco Zafra Contreras. Porque este es un gran partido, en el que caben hasta los excluyentes que reclaman que quienes jamás se han manchado las manos de cola dejen de estar en el poder. Sin saber que cuando se pegan carteles, si eres cuidadoso no te manchas las manos, sin embargo, es inevitable embadurnarse los zapatos.
Hace años unos jóvenes politólogos publicaron un artículo en El País sobre los procesos de selección adversa en los partidos políticos, un texto al que ya he hecho mención en otras muchas ocasiones y que se ha convertido en una referencia sobre los “vicios” de los partidos políticos con el paso del tiempo.
Hace años unos jóvenes politólogos publicaron un artículo en El País sobre los procesos de selección adversa en los partidos políticos, un texto al que ya he hecho mención en otras muchas ocasiones y que se ha convertido en una referencia sobre los “vicios” de los partidos políticos con el paso del tiempo.
(http://www.elpais.com/articulo/espana/seleccion/adversa/partidos/elpeputec/20030704elpepinac_4/Tes), Felix Bayón elogió en su momento la idoneidad del término, al igual que muchos dirigentes socialistas (algunos de manera más pública que otros). Lo que en él se refleja pone de manifiesto que el ánimo de cambiar las cosas y responder a las demandas reales de la sociedad no es consecuencia de la reciente derrota electoral del PSOE ni patrimonio de las voces de rebelión que medran un minuto de gloria en las redes sociales, como si ese solo aspecto aportase en sí un plus de calidad socialista.
De lo anterior valga sólo un ejemplo que no comentaré más allá de lo ilustrativo del caso. En su primer acto con militantes en Andalucía, tras la derrota de las elecciones municipales, Alfredo Pérez Rubalcaba esbozaba qué tipo de campaña haría y aprovechaba para transmitir optimismo a una tropa con las heridas de la batalla municipal todavía por cerrar. En el turno de intervenciones, alguien se deshizo en elogios sobre el procedimiento, la escenificación de aquél acto, lo acertado de la intervención del candidato, la idoneidad de la elección del mismo y no sé cuantos aspectos más sobre la línea iniciada por el PSOE en su esfuerzo por mantener el gobierno. Hace pocos días, el adulador espontáneo, hablaba desde las mismas páginas de El País sobre la necesidad de, ahora sí, llevar a cabo una renovación en profundidad en el Partido Socialista. Lástima que no lo hubiese pedido antes de haber sido propuesto por el PSOE a cargo público, y haberse mantenido en ellos, durante casi tres décadas. Afortunadamente ambas voces, las virtuales y las tipográficas, son minoría en un partido amplio y diverso cuya grandeza reside en la diversidad, en la honradez y en el compromiso del 99 por ciento de sus componentes, los militantes de a pié y los cuadros dirigentes. Y la misma opinión me merecen los militantes y cuadros de otros partidos políticos, ya está bien de encanallar la vida pública.
Tan sólo decir que habremos de tener cuidado porque de lo contrario es posible que el debate lo acabe liderando quien no debe ni por número, ni por argumentos, ni por trayectoria personal.
De las elecciones municipales de mayo salieron derrotados o con pérdida de votos todos los gobierno municipales, de manera independiente a su color político, eso como norma. Y todos sabemos que hay excepciones que confirman la norma. El PSOE ha perdido las elecciones generales porque ha gestionado la crisis (en la misma medida en la que ha afectado a otros partidos europeos con responsabilidades de gobierno en sus respectivos países), en primer lugar, y en menor medida por lo acertado o no de las decisiones adoptadas. Y aun no he visto el debate en el que se hayan puesto sobre la mesa las distintas etapas por las que ha pasado la gestión de la dichosa crisis. Desde las cuestiones keynesianas sobre la inyección de presupuesto en obra pública a las de reducción del déficit. Para más datos, el presidente electo solicita ya la unidad del país para afrontar las medidas que habrá de adoptar casi de forma inmediata.
De todo esto solo cabe colegir que algunos de los debates internos iniciados en las redes sociales y, en menor medida, fuera de ellas tienen algunas características indeseables, además de la falta de representatividad. El primero es el alto contenido de marketing (¿auspiciado por el sector tecnológico del aparato?), ilustrado por cierta estética adoptada desde el movimiento 15-M; el segundo el oportunismo de algunas de las voces ilustradas en la falsedad de las causas de la derrota y en el sinsentido de los portavoces, los mismos otra vez.
El PSOE, a pesar de todos estos defectos que no dejan de ser subjetivos, ha transformado la sociedad en la que vivo con avances sociales, educativos, sanitarios, de infraestructuras. Ahora, y a pesar de la crisis, miramos a nuestros vecinos europeos y esa mirada nos deja constancia de que estamos por encima de muchos de ellos en garantías sociales, en igualdad de derechos, en libertades y en acceso a las oportunidades, y así hay que reconocerlo. Es probable que haya llegado el momento de que una derecha moderna, demócrata y europea (en la seguridad de que la de Aznar no lo fue) pilote la salida de la crisis, porque así lo ha elegido la ciudadanía. Me cuesta más trabajo asumir que en Andalucía ya han culminado las transformaciones necesarias para construir el camino al futuro conjugando progreso y garantías sociales y se me hace complicado entender que esas transformaciones puedan venir de la mano de una derecha comandada por Arenas Bocanegra. Por eso creo que es preciso que siga gobernando el PSOE en Andalucía y que seamos capaces de reconstruir el partido a nivel federal. Por el bien de Andalucía, de España y también de Europa.
Hace falta una transformación porque la sociedad espera de nosotros respuestas, no más debates estériles originados por los mismos que, esgrimiendo más o menos años de militancia piden ahora una renovación profunda desde las posiciones que les ha facilitado el aparato, pero siempre después de llevar años adulando a sus protectores convenientemente. Por mi parte todas las aportaciones son valiosas y tan sólo prescindiría, como he dicho antes de las excluyentes .
Por todo ello es necesario el debate, profundo, sin pausa, participativo y enriquecedor. A ser posible sin empresas de marketing y sin oportunismos moviendo los hilos. Hasta despejar la ecuación hace falta profesionalizar el socialismo. Sustituyamos el voluntarismo, las espadas/plumas de fortuna, el marketing y cierto localismo cateto por el debate de las ideas y del futuro y elijamos líderes con fuerza cuyo firme compromiso social aleje a los partidarios de los entornos aduladores que tanto daño han hecho a la organización. Más que nada porque es más el ruido que la realidad que lo respalda. Seamos honrados con nosotros mismos. Como dijo Felipe, en tiempos de crisis, más partido.
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