PSOE en alerta por su peor crisis interna

 

PSOE en alerta por su peor crisis interna

Crece el temor a un Gobierno con Feijóo sometido a Ayuso y 

Abascal

 



La política española vive uno de esos momentos de inflexión en los que los ciudadanos perciben que algo esencial se ha quebrado. La gravísima crisis que atraviesa el PSOE —un desgaste acumulado, palpable en la calle y visible incluso entre votantes tradicionalmente fieles— ha situado al país en una situación de incertidumbre difícil de gestionar. El Gobierno parece haber perdido la capacidad de conectar con la vida cotidiana de la gente que madruga para trabajar, los que sostienen el sistema con sus impuestos, aquellos que no pueden pagarse una medicina privada o quienes viven al límite con una pensión más que ajustada. Para quienes hasta ahora han propiciado con su voto un gobierno progresista, cada día es más evidente que el partido que hasta el momento actual representó para ellos estabilidad y protección atraviesa ahora su peor presente en muchos años.

La figura de Pedro Sánchez, tantas veces capaz de remontar momentos difíciles contra todo pronóstico, aparece hoy atrapada en un laberinto político del que solo un milagro podría ayudarle a salir. La sensación extendida como consecuencia de más y más salidas a la luz de nuevos presuntos actos delictivos atribuidos a altos cargos del partido, es que al PSOE ya no le queda un último truco, un último salto hacia adelante, una última resurrección política como tantas otras veces ha protagonizado Sánchez. Lo que antes se vivía como resiliencia hoy se percibe como agotamiento, y esa debilidad del partido que hoy gobierna condiciona severamente el futuro del país porque, mientras el PSOE se hunde en su propia crisis, la alternativa que aparece en el horizonte no solo no genera alivio, sino más bien provoca una inquietud creciente. 

La gravísima crisis que atraviesa el PSOE ha situado al país en una situación de incertidumbre difícil de gestionar

Por más que la candidatura de Alberto Núñez Feijóo se presente como moderada, cada día resulta más evidente que su margen de maniobra sería mínimo si gobernara, pues un eventual gobierno del PP estaría tutelado por dos figuras cuyo proyecto político difiere poco entre sí, pero también mucho en el sentir de la mayoría social. Obviamente estas dos figuras son Isabel Díaz Ayuso y Santiago Abascal.

Ayuso ya ha demostrado en Madrid cómo entiende lo público, y lo está llevando a la práctica a golpe de externalizaciones, tensiones permanentes y un modelo que premia al que puede permitirse alternativas privadas mientras deja en la cuneta a quienes dependen de la sanidad pública o de servicios esenciales. El peso político de Ayuso sobre Feijóo es tan evidente que, para muchos, actúa como una vicepresidenta en la sombra, imponiendo agenda y discurso mientras él se limita a seguir su estela.

Pero es la figura de Abascal —futuro vicepresidente con poder efectivo en un hipotético Gobierno del PP— la que más preocupa a expertos y a un elevado porcentaje de la ciudadanía. La posibilidad de que Feijóo gobernara sujeto a la agenda de Vox lleva a priori implícito un riesgo inédito en nuestra democracia reciente, y también una amenaza de recentralizaciones abruptas, recortes en derechos y un discurso que se divide entre patriotas y enemigos de España. Para la gente que madruga, para los pensionistas, para quienes dependen de hospitales públicos y para quienes no tienen mecanismos para eludir impuestos, este escenario no representa protección sino más bien vulnerabilidad.

Lo que está en juego ya no es solo la estabilidad de un gobierno, sino la solidez del propio sistema democrático

De todo esto se deduce una paradoja más que evidente mientras la crisis del PSOE, que ha perdido la confianza de una parte de la mayoría social que hasta ahora lo ha sostenido, abre la puerta a una alternativa que no ofrece ninguna garantía de estabilidad ni de defensa del estado de bienestar. Y mientras tanto, la ciudadanía queda atrapada entre un partido que se desangra y otro cuyo proyecto depende del tutelaje de dos personajes como Ayuso y Abascal.

De todo esto podemos deducir que España necesita respuestas serias, reformas realistas y un liderazgo que recupere la confianza de la mayoría silenciosa. Sin embargo, hoy ni el PSOE parece capaz de resucitar políticamente para ofrecer esas respuestas, ni el PP está en condiciones de garantizar un gobierno moderado, autónomo y centrado en las necesidades reales del país. 

La incertidumbre crece, y con ella, la sensación de que quienes más cumplen —los que madrugan, los que cotizan, los que viven de una pensión— son también quienes más arriesgan en este momento crítico.

España atraviesa la encrucijada incómoda de un país con instituciones cuestionadas, partidos atrapados en sus propias batallas internas y una ciudadanía que percibe, con creciente desánimo, que quienes deberían ofrecer certezas sólo aportan ruido, reproches y estrategias de supervivencia. La política ha dejado de anticipar el futuro para limitarse a gestionar el presente, y ni siquiera lo gestiona bien.

Lo que está en juego ya no es solo la estabilidad de un gobierno, sino la solidez del propio sistema democrático. Y mientras los líderes miran hacia dentro, protegen intereses particulares o se enredan en disputas que nada tienen que ver con la vida real, el país avanza a la deriva, sostenido únicamente por la responsabilidad de quienes, día tras día, mantienen España en pie sin pedir nada a cambio.

Ante estos argumentos el verdadero riesgo es que la distancia entre los ciudadanos y sus representantes se convierta en una fractura irreparable. Porque una sociedad puede soportar crisis económicas, tensiones territoriales o cambios políticos profundos, pero no la pérdida de confianza en quienes deben guiarla.

Por eso, más que discursos grandilocuentes, España necesita verdad, altura de miras y valentía política. Y si la clase dirigente no está dispuesta a ofrecerlas, será la ciudadanía —tarde o temprano— quien reclame ese giro imprescindible. 

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