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Que la política mande por ELENA VALENCIANO


Una de las consecuencias más negativas de la crisis ha sido la pérdida de credibilidad de la política democrática para resolver los problemas que hoy tenemos. Lamentablemente, se ha extendido la idea de que las soluciones a la situación financiera, al retraimiento de la economía y al problema del desempleo vendrán por el comportamiento incontrolable de los mercados y que todas las propuestas que se hagan deberán partir de la aceptación de esa realidad fatal.
Pero no es así. A pesar de los errores y del deterioro que han sufrido las instituciones, el papel que tiene nuestra democracia para garantizar la salida de la crisis y para que esta no se produzca poniendo fin a las conquistas sociales conseguidas, es y será determinante.
No será la mano invisible del mercado quien sostenga el equilibrio y la cohesión social y, mucho menos, quien defienda los servicios públicos básicos que avalan la existencia de un Estado social como el que prevé nuestra Constitución.
Será la política democrática, reforzada y ampliada, la que pueda dirigir el proceso de recuperación para que no se produzca a costa de derechos y conquistas sociales que son el bien común de nuestro Estado del bienestar y que, por tanto, son la garantía de la calidad de vida de la mayoría.
Para que la política mande nuestro modelo de democracia debe buscar nuevas formas que lo acerquen al sentir de esa misma mayoría. Nuestra democracia necesita ponerse al día y adaptarse a las nuevas realidades. Quienes reclaman cambios en la forma de hacer las cosas tienen, en gran medida, razón y razones para hacerlo. Ya no es posible un sistema político distante y ajeno a la participación que la gente busca.
Es necesario romper las barreras que aíslan a los políticos de los ciudadanos y que los partidos encuentren otras formas de integración en la sociedad que los conviertan en instrumentos eficaces para ser un buen cauce de las inquietudes, las propuestas e ideas que surgen de ella.
Para que la política recupere el protagonismo en la gestión de la crisis, desplazando a los que sólo piensan en clave economicista, hay que producir un reencuentro con la ciudadanía. Y ya no hay excusas porque hoy existen los medios para asegurar e incentivar la participación más allá del voto, sin reducir, ni mucho menos, la importancia que este tiene.
Los políticos deben rechazar la idea de constituirse en “clase política” y acercarse a la sociedad mediante los métodos que el desarrollo tecnológico ha creado y que son de uso común entre la gente. Ha de haber una “humanización” de la política a través de la gran conversación que aporta la política 2.0, pero también hace falta comunicación personal e identificación real con la manera espontánea que tiene la gente de ver y hacer las cosas. Si rompemos la inercia de unas estructuras asentadas en la realidad sociológica de la Transición y abordamos las nuevas oportunidades de diálogo y acercamiento que nos ofrece el siglo XXI, haremos de la democracia una herramienta al servicio de los ciudadanos gestionada, más que nunca, por los ciudadanos mismos.
Hay que emprender ya las transformaciones necesarias. No sólo porque lo demanden quienes se movilizan para ello, también porque es un deseo de aquellos que, aún confiando en el modelo actual, anhelan un papel más activo en los asuntos públicos. Nuestra cultura democrática debe ser ágil en el papel de mediación social entre los ciudadanos y las decisiones que les afectan: desde los derechos hasta los impuestos.
Esta nueva cultura, actual, viva y atenta a las necesidades de la sociedad, será un parachoque infalible contra el impulso que han adquirido, como consecuencia de la crisis, aquellos que sólo se mueven en función del interés y del beneficio.
Es verdad que hay grupos sociales que no creen en los valores de la política democrática porque no la necesitan para resolver sus asuntos. Incluso hay quienes no tienen pudor en degradarla mediante estrategias de crispación, deterioro y amparo de la corrupción. Así, producen un rechazo mayoritario que acaba siendo una trampa para los ciudadanos que se alejan de los asuntos públicos y abandonan toda idea de intervención en el debate y en la toma de decisiones. Por eso, quienes más necesitan la política –porque no tienen otra forma de defenderse– son quienes más deben trabajar para preservarla.
Por otra parte, vivimos en un mundo globalizado en el que lo que pasa más allá de nuestras fronteras es determinante para lo que hacemos dentro de ellas. Lo que ocurre en EEUU, Italia o Grecia nos afecta directa y decisivamente. Por eso necesitamos una democracia fuerte, ágil y dinámica en la que la gente se reconozca con naturalidad.
Necesitamos que la democracia tenga prestigio y fortaleza, que sea capaz de encararse con el sistema financiero ocupando el centro del escenario a la hora de afrontar los problemas. Que sea capaz de motivar y aunar en su entorno a la inmensa mayoría de la sociedad, para que esta vea y sienta en ella la utilidad que permitirá asegurar derechos, libertades e intereses sociales.
Es la hora de la política democrática que coloque en su eje a los ciudadan@s, para hacer frente a la crisis y para resolver con eficacia los problemas de la gente, escuchando, haciendo y explicando las decisiones. Esa es la democracia, la gran política, la que representa la voluntad de los pueblos.
Elena Valenciano es directora de la campaña electoral del PSOE

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