"Los llevaron a la muerte": la demoledora carta de los familiares de las residencias que persigue a Ayuso
Tras cinco años desde la pandemia de COVID, muchos familiares de las víctimas aún reclaman explicaciones sobre la gestión de las residencias a Ayuso
LA MUERTE DE LA TIA CHELO
¿Cómo me sentí? ¿Cómo nos sentimos todos?
Paralizada. Me tragué la piedra, como todos. Soportas el mazazo porque no hay otra. La muerte ES, y no hay más, pasa y te tienes que aguantar porque es un golpe seco, cortante, se acabó. ¿Para qué o por qué llorar? ES ASI. SE IMPONE. ES y punto. Pero lo que yo sienta es lo de menos. Lo que importa es lo que ocurrió, lo que le hicieron a la Tía y por qué, lo que hicieron con ella y con tantas personas que vivían en las residencias de Madrid aquel maldito 2020. Y que haya Justicia. Porque esa muerte no tenía por qué haber ocurrido. La Tía no “murió”. A la Tía NOS LA MATARON. Como a otros 7.290 abuelos y abuelas en Madrid, seguramente más.
No dudábamos entonces de que la cuidaran en la residencia. Tenía médico. Tenían “paliativos”. Pero la Tía no estaba enferma, no necesitaba “paliativos” como sí necesitó el Tío Pepe con su cáncer. Necesitaba un hospital, un respirador, una medicación, y estar con alguno de nosotros, su familia. No sabíamos lo que estaba pasando en realidad. No pudieron llevarla a un hospital porque ALGUIEN NO QUISO, ALGUIEN LO PROHIBIÓ. Unas personas concretas con nombres y apellidos se reunieron y decidieron que la Tía no tenía derecho a curarse. La Tía y miles de mayores más. Pero entonces no lo sabíamos. No podíamos saberlo. No sabíamos lo que estaba pasando, lo que estaban haciendo. No sé si ella sabía lo que estaba pasando, allí dentro en la residencia, fuera en el mundo. La maldita pandemia. El maldito confinamiento.
No fuimos capaces de adivinar lo que estaba pasando. No lo podíamos imaginar... que alguien tomara semejante decisión miserable y criminal. Abandonar a nuestros mayores y dejarles morir. Sin ayuda.
Abandonados, encerrados.
“¿Por qué no la llevasteis al hospital?” pregunté. “Porque un papel de la Comunidad de Madrid nos lo
impedía” contestaron. “¿Un papel?” “Si, un papel, una orden”. Un “PAPEL”....Ahora sabemos que se llamaban “protocolos”. Unos protocolos pensados, decididos y firmados por unas personas concretas que gobiernan en Madrid. Políticos, gestores sin alma ni conciencia.
La Tía tuvo que huir de pequeña con siete años con su familia por la frontera francesa en 1939, como tantos miles de exiliados españoles que huían de los fascistas. Y ahora, los herederos de aquellos le han negado el derecho la asistencia hospitalaria, le han negado el derecho a la vida y a la salud, por vivir en una residencia. Pero ahora no ha podido escapar. No era un “papel”, no eran “protocolos”, fueron auténticas SENTENCIAS DE MUERTE que se han aplicado a miles y miles de mayores en Madrid porque para ellos, para los que las idearon y firmaron, no tenían derecho a vivir. Los herederos de aquellos miserables que vencieron en el 39, ahora gobiernan en Madrid. Se cerró el paréntesis que ellos mismos abrieron y entre los que ha transcurrido la vida de la Tía.
Esto es lo que llena ahora mi cabeza, mi corazón. Desde hace cinco años. Llevamos a los tíos a esa residencia porque tenía paliativos para el cáncer del Tío Pepe que ya estaba muy malito. Y murió el 26 de enero. Y yo le había prometido antes a la Tía que no se quedaría sola si faltaba el Tío. Que en casa había una habitación para ella. Y ella le dijo al Tío Pepe, que ya sabía que estaba muy enfermo y que se acercaba su final: “no te preocupes, Pepe, que me voy a casa con Yayi, no te preocupes...”
Pero no tuve el valor de traérmela, tenía que hablar con mucha gente, con mi madre, con los primos... Aunque ninguno de ellos se habría opuesto. Pero el hecho de tener que exponérselo y contar con su aprobación, sobre todo exponérselo, me acobardó. No tuve el arrojo y la seguridad en mi misma suficiente,no fui valiente.
No cumplí mi promesa. Y esa idea me tortura por dentro. Quiero consolarme pensando en que la residencia tenía su lado positivo, tenía atención médica, tenía su peluquería, podólogo, se le deshincharon las piernas, estaba mejor cuidada que en su casa, podía pasear, quizá ya tenía alguna amiga, de las comidas, siempre se sentaban las mismas cuatro juntas.... Cuando le hablaba a la Tía de mi promesa incluso me dijo que ya de allí no se movía. Pienso en todo eso... pero no me consuela. No me quita el remordimiento. No cumplí mi promesa. Siento que la fallé.
Y la Tía se quedó allí, sin el Tío y sin su hogar de tantos años, en un lugar extraño y frio, como son las residencias. En un lugar extraño. Y sin el Tío. Y llegó el virus. Sola entre extraños. Sin el Tío, sin su familia. Y con el virus. Y aislada en la habitación. Hablábamos a diario, pero fue decayendo, decayendo, abajo, abajo.
Cada día más decaída y menos habladora, hasta que las conversaciones con ella fueron sustituidas por las llamadas de la doctora. “Abatimiento” decía la doctora todos los días. Y el virus. O la pena. No podíamos estar con ella. Yo la vi sufrir por el móvil, en la última videollamada que me hicieron, en la cama, con la mascarilla azul medio caída, “¡¡¡Aguanta Tía, aguanta, que tenemos que jugar al parchís cuando pueda ir a verte pronto...!!!”. Esa fue la última vez que la ví. No se me va esa imagen de la cabeza. La vi sufrir, la pena, la angustia, el miedo en su semblante. Murió el día 6 de abril de 2020. No permitieron que la llevaran al hospital. Pero en ese momento no sabíamos por qué. A mí no se me ocurrió sacarla de aquella trampa, de aquel moridero. A nadie. A los primos tampoco. No sabíamos lo que estaba pasando dentro. Todo estaba paralizado. No supimos ni pudimos hacer otra cosa.
Ahora sabemos lo que pasó. Ahora sabemos que estaba en manos de los herederos de aquellos por los que tuvo que huir a Francia con siete años. Ahora sabemos que murió porque unas personas con nombres y apellidos decidieron, sentados alrededor de una mesa, que no tenía derecho a salvarse y a vivir. Les negaron el derecho a la salud y a la vida. Los llevaron a la muerte. Decidieron que si alguien tenía que morir, eran ellos. Al fin y al cabo...”se iban a morir igual”... dijo la mayor responsable de todo...
Una mujer indecente e inhumana que se llama Isabel Díaz Ayuso. Un hombre que se llama Enrique Ruiz Escudero, otro que se llama Carlos Mur, que firmó las condenas, otro que se llama Peromingo que las redactó, y otros, personas concretas, con nombre y apellidos, todos ellos decidieron aquel crimen, aquella masacre. Decidieron que nuestros mayores no tenían derecho a curarse y a vivir. Sabemos quiénes son.
Decidieron que la Tía no tenía derecho a salvarse. Porque vivía en una residencia, porque tenía 90 años, porque cojeaba, porque no tenía un seguro privado.
No hay justicia en este país. Pero sí mentiras, manipulación, ignorancia. Pero la mayoría de los madrileños no quieren saber, no les importa, y apoyan y votan a los miserables que idearon y ejecutaron aquella masacre. Y los aplauden.
Por eso me siento inundada por sentimientos, y también politizada como nunca. Porque nunca como ahora la “política” nos había golpeado de esta manera. Porque fueron decisiones políticas. Es la realidad. La realidad es esa matanza de inocentes. Pero una realidad que gran parte de la sociedad, gran parte de los madrileños no quieren ver. En mi entorno hay personas que defienden y apoyan a los que lo hicieron. Por sus razones, por su “ideología”. Una ideología a la que no importa el ser humano, que pone el dinero y el negocio por encima de todo, una ideología sin valores humanos, sin auténticos valores humanos, una “ideología” que sólo sabe robar, mentir y manipular conciencias, las conciencias de esos miles o millones de personas que les votan y aplauden. No saben nada de nuestros muertos. O no quieren saber. La masacre ha quedado silenciada.
¿Qué nos queda? ¿Callar, disimular, tolerar lo que otros dicen? Tuve que oír en aquellos días, a los pocosmeses de la muerte de la Tía, a ciertas personas de mi entorno que alababan a Ayuso por “lo bien que había gestionado la pandemia” ....
O aprender a expresarme sin estallar, aprender a responder tranquila y con argumentos, mantener la calma, argumentar, responder, responder... Perder el miedo y hablar. Para que la gente sepa. Para que la gente que lo ignora o mira para otro lado, sepa lo que pasó. Para que se den cuenta de la verdad, para que abran los ojos. Para que reaccionen de una vez ante tanta maldad, tanta manipulación y tanta mentira.
Para que la masacre no quede impune y en el olvido. Por la Tía. Por todos.
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Ese texto lo escribí hace tiempo, para mí, para desahogarme, para sacar lo que tengo dentro. Ahora me proponen escribir una carta, una carta a la Sra. Ayuso, que tanto dolor nos ha causado y nos sigue causando.
Pero no me sale, siento tanta rabia y tanto rechazo que no es fácil. No me apetece dirigirme a usted...Porque Sra. Ayuso, lo que me sale es decirle que no soporto verla, no soporto verla ni oírla en los medios. Dolor, indignación, rabia y... odio, lo que nunca había sentido por nadie ni quiero sentir, usted lo ha sembrado en mí. Ustedes siembran odio, dolor y sufrimiento. Pero me niego a sentir odio por nada ni por nadie, nunca lo he sentido y lucho contra ello, porque no quiero rebajarme a su nivel, no quiero ser así.
Porque sería una victoria para gente como ustedes. Es usted una mala persona, usted y los que con usted decidieron aquello, porque hay que ser mala persona y tener el alma y la mente muy oscura y sucia para idear y llevar a cabo la mayor masacre de nuestra democracia. Nunca la “política” nos había hecho tanto daño. ¿Por qué nos han hecho tanto daño? ¿Cómo fueron capaces de abandonar de aquella manera a personas tan indefensas y vulnerables? ¿Hubiera usted consentido eso con su madre, o su padre? ¿Cómopuede tener usted la conciencia tranquila? ¿Cómo puede dormir por las noches? ¿Cómo puede usted estar contenta consigo misma? Es muy difícil llevar el día a día, viéndola en los medios todos los días, nunca nadie había hecho tanto daño a mi familia, nunca. Es muy muy doloroso, no se imagina cuánto. Y vivir día a día con ello.
Espero que algún día la gente despierte, que algún día los madrileños se den cuenta de su inmenso error, que tantas vidas está costando y tanto dolor está causando.
No es usted digna del cargo que ocupa.
Madrid necesita personas decentes y humanas en su gobierno y en sus instituciones. Y ustedes no lo son. Ni decentes ni buenas personas. Los que idearon, planificaron y ejecutaron aquello no pueden ser buenas personas. Y lo más importante y valioso en la vida es ser buena persona, ¿no le parece? Pero usted... ¿Nole da pena Sra. Ayuso, para una vez que vive, para una vez que está usted en este mundo, pasar po él siendo tan mala persona, tan indecente?
Sufrimos mucho aquellos días y seguimos sufriendo ahora al cabo de los cinco años. Pero los familiares sabemos que estamos juntos y en el lado bueno de la historia, y sobre todo que nosotros sí que somos buena gente. Y si algo positivo he sacado de todo esto es la cantidad de buenas personas que he conocido.
Más información en :
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