domingo, 6 de septiembre de 2015

La casa del pirata de Cádiz



Cádiz es una ciudad donde las leyendas prenden como la pólvora, como corresponde a pueblos con un pasado esplendoroso. Y más si estas leyendas hacen referencia a un mar de piratas y un puerto que era el del Nuevo Mundo.
La denominada Casa del Pirata, en Manuel Rancés, es uno de los edificios más bellos de la ciudad. Su arquitectura isabelina está aderezada con un diseño marinero que alcanza su cenit cuando la escalera sube hacia la Torre Mirador, convirtiéndose en el puente de mando de un galeón anclado entre terrazas y miradores. Su singularidad (su patio triangular con bellísimos balcones interiores y enormes cristaleras) y los tesoros que encierra (como el fresco del Salón de Baile) la han convertido en un referente literario de la ciudad, como ha ocurrido recientemente con una novela de Pérez-Reverte.
Corre por Cádiz una leyenda urbana que habla de una pareja de enamorados que no podían casarse por la falta de fortuna del galán. Así que él partió, como tantos otros, camino de América, no sin antes prometer a su amada que volvería tan rico como para poder «enterrarla en oro». Los meses pasaban y no llegaban noticias. Ella, cada noche, subía a la torre mirador de sus padres y miraba anhelante hacia el mar del vendaval. Tiempo después se supo que el barco en el que viajaba su amado había naufragado en una tormenta y no había supervivientes. Pero su obsesión se alimentaba del inmenso amor que sentía y la obstinada fe en que él cumpliría su promesa.
Un día arribó al puerto un barco cargado de cofres y animales exóticos y de él bajó un rico comerciante que resultó ser el amante desaparecido. Había naufragado en una isla y hecho fortuna como pirata. Le contó a su prometida que había atesorado muchas más riquezas y que tendría que volver a navegar para recogerlas. Ella, asustada por el océano, aplazaba el viaje, mientras a él se le veía otear el horizonte, melancólico y perdido, anhelando el mar, como cualquier marino. La mujer le hizo construir una casa desde la que pudiese ver el mar y sentirse como si estuviera en lo alto del palo mayor de un navío. Así le curó la melancolía y fueron felices en aquella casa, que se llamó 'del Pirata'.
Cuando ella murió, él cubrió su tumba de oro y como no podía separarse de ella, en noche oscura sorprendió a unos ladrones que intentaban profanarla y les mató. Desde entonces, el viento del abandono suena entre las crujías de la casa las noches de levante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario