martes, 22 de abril de 2025

A la sombra del integrismo

 

España permanece inmune a la sombra del integrismo católico que se sume sobre Francia

En este artículo comparativo, Josep Adolf Martí, graduado en Filosofía y Teología en la Universidad de Edimburgo, analiza el auge del integrismo católico en Francia y su alianza con la extrema derecha, y sostiene que una deriva similar resulta inviable en España debido tanto a su legado histórico como a las particularidades de su escenario político.

Josep Adolf Martí i BouisJosep Adolf Martí i Bouis

22 de abril de 2025

Con la Iglesia hemos topado, y en Semana Santa, ni más ni menos. Las recientes polémicas alrededor del Valle de Cuelgamuros, o de los Caídos, han vuelto a poner el foco sobre el papel y presencia del catolicismo, y sus símbolos, en la agenda pública española. La ya anunciada resignificación del monumento franquista, anunciada el 14 de abril con un coste aproximado de treinta millones de euros, ha seguido a una caótica serie de comunicados y protestas en el entorno de la archidiócesis de Madrid. En el centro de la cuestión están todos los ingredientes de un buen drama vaticano: un preacuerdo secreto filtrado antes de tiempo, sospechas mutuas de mala fe, y el suficiente margen para que ambas partes puedan vender a sus respectivas parroquias que hay motivos de sobra para estar contentos. La resignificación del Valle será uno de los mayores proyectos arquitectónicos promovidos por un Gobierno central de las últimas décadas: su lugar en la historia, al igual que el de la basílica original, está asegurado de entrada por la envergadura del proyecto. Los detalles del mismo, que son aún desconocidos, darán mucho de qué hablar y llenarán portadas y horas de tertulia. ¿Tendrá algún sentido la discusión? ¿Hay alguna posibilidad de juntar cosmovisiones dispares en un punto común inteligible? ¿Es posible un pluralismo religioso-político sin polarización?

En cualquier caso, lo que ya han logrado el anuncio del concurso arquitectónico, y antes de este la filtración a los medios del acuerdo entre Iglesia y Estado, es poner de manifiesto la existencia de una minoría activa (o activada) y ruidosa para quien la Iglesia oficial ha perdido la legitimidad para hablar en nombre de los fieles en materias políticas. Ante un acuerdo celebrado tanto por el Gobierno, por un lado, como por el Arzobispado de Madrid, con el beneplácito de la Conferencia Episcopal y el Vaticano, por otro, han vuelto a salir a la superficie los ecos de aquel "Tarancón al Paredón" que puso contra las cuerdas la significación católica del tardofranquismo. Los insultos al cardenal Cobo, artífice del reciente acuerdo, en la puerta del último encuentro de la Conferencia Episcopal, son una de las últimas muestras del divorcio (sin nulidad) entre algunos laicos y sus pastores. Para algunos, desde hace ya décadas, Roma va, por un lado, y la verdadera Iglesia, por otro.

Por desgracia para ellos, este catolicismo integrista murió de causas naturales en España a mediados del siglo pasado. Su mayor exponente histórico, el carlismo, quedó diluido en un Movimiento personalista, construido a base de sumas contradictorias de ideales para cimentar un régimen autoritario con pocos principios inamovibles. La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, el compromiso de los obispos con la democracia, y el cambio social, hicieron el resto. Los intentos de renovar una visión tradicional de la Iglesia, con su correspondiente tradicional relación con el Estado, han quedado siempre relegados a grupúsculos de prolífica actividad editorial. Y nulo impacto en la agenda pública.

"Es en la laica Francia donde, al parecer, está mejor visto que convivan un catolicismo integrista con una posible victoria política a medio plazo"
Pero hay un país cercano donde lo contrario ha ocurrido. Tendemos a igualar a Francia con su historia oficialista, laica y republicana. Desde que en 1793 se cortara la cabeza de Luis XVI, hemos visto a nuestros vecinos como la punta de lanza de la Revolución, olvidando que durante algo más de medio siglo XIX estuvieron los citoyens regidos por un monarca u otro. La breve incursión de Francia en el autoritarismo católico a través del maréchal Pétain, de cuatro años, o los millones de votos amasados por Jean-Marie Le Pen ante Chirac en 2002, nos son conocidos, pero son tomados como excepciones en lo que, por otro lado, es un país profundamente democrático, liberal y moderno. Quizás es precisamente el haber vivido dos siglos "en la sombra" de la historia oficial lo que hace del reaccionarismo francés un superviviente nato, a diferencia del español. La Action Française, de Charles Maurras, uno de los principales movimientos políticos de principios del siglo XX, tiene una continuidad histórica con la derecha alternativa encabezada hoy por Marion Maréchal, Eric Zemmour, Jordan Bardella o Marine Le Pen, entre otros. La paradoja está servida a la sombra de Cuelgamuros: es en la laica Francia donde, al parecer, está mejor visto que convivan un catolicismo integrista con una posible victoria política a medio plazo.

¿Por qué no ocurre lo mismo en España? Una lectura repetida en distintas ocasiones es que una dictadura, de cualquier signo, imposibilita para sus herederos ideológicos la victoria en democracia. Sería por eso por lo que, en Polonia, son las izquierdas las que a menudo tienen que esconder su progresismo en la plaza pública, por haber estado bajo el yugo comunista durante décadas. Según esta visión, la alargada sombra del franquismo haría que cualquier movimiento que oliera a nacionalcatolicismo estuviera, ya de entrada, visto para sentencia. Es probable que esta visión tenga algo de razón, aunque la política comparada siempre debe llevarnos a la sospecha. Al fin y al cabo, la limpieza de colaboracionistas llevada a cabo por la Quatrième République al finalizar la Segunda Guerra Mundial no ha impedido que en las últimas décadas se fortalezca el tradicionalismo francés, crezca el número de personas afines a ideologías que en España estarían condenadas a la supervivencia extraparlamentaria, o formen parte del discurso público opiniones sobre la inmigración musulmana o el matrimonio homosexual desaparecidas de nuestros medios desde mediados de los 2000.

Una peregrinación anual a Chartres, con presencia de Luis Alfonso de Borbón (nieto de Francisco Franco y candidato a llevar una reinstaurada corona francesa), lleva años sumando casi 20.000 peregrinos, incluyendo personalidades del mundo político, diputados y periodistas de renombre. La liturgia anterior al Vaticano II ha conseguido ser omnipresente en las diócesis francesas, llegando en muchas de ellas a igualar la popularidad de la moderna. Nuevos monasterios son fundados y reconstruidos, para ser habitados por monjes que rezan por la vuelta a la Francia prerrevolucionaria.

"El catolicismo social en España no tiene, hoy por hoy, conciencia de ser una minoría en lucha, como sí la lleva teniendo en Francia en los últimos siglos"
¿Es posible esto en España? Es posible que la treintena de manifestantes que intentaron impedir la llegada del cardenal Cobo a la reunión de la Conferencia Episcopal, donde se anunció el acuerdo con el Gobierno de España así lo creyeran. Pero se dan tres circunstancias que, al contrario que Francia, frenan el posible crecimiento del integrismo. En primer lugar, el catolicismo social en España no tiene, hoy por hoy, conciencia de ser una minoría en lucha, como sí la lleva teniendo en Francia en los últimos siglos. La historia oficial, al contrario que en la sucesión de repúblicas y monarquías ilustradas de nuestros vecinos, ha hecho de nuestro país una sola cosa con la fe. La Semana Santa, vivida con espectáculo y devoción por personas de todo tipo de vivencia de fe, cuestiona los límites de lo popular y lo religioso.

En segundo lugar, la resistencia a la modernidad ha tomado, paradójicamente, una forma profundamente moderna en nuestro país. El auge del Opus Dei, una forma de vivir la fe católica en medio del mundo con cierta discreción, durante el siglo pasado, y su pervivencia, ha ahogado el crecimiento de alternativas rompedoras con la sociedad. Si en Francia el católico militante se siente llevado a vivir en un país paralelo, creando, por tanto, un universo entero de alternativas mediáticas, políticas e institucionales, en España el catolicismo social ha optado muchas veces por integrarse en las estatales, trabajando desde dentro para influirlas. Los intentos para revertir esta situación, y crear a través de instituciones educativas privadas, por ejemplo, verdaderas alternativas a la cosmovisión imperante, suelen estar destinadas a la marginalidad.

Por último, la ya mencionada desaparición abrupta de aquellas instituciones que podían de algún modo asumir como propia la tarea de reivindicar la tradición reaccionaria. La muerte del carlismo a manos de la dictadura franquista, o la firme voluntad de la derecha española de no reivindicar como propio nada de la dictadura de Franco, hacen muy difícil la creación de un marco mental que posibilite la defensa de aquellas instituciones que, como los monjes del Valle, fueron creadas durante aquellos años. Ahora, probablemente, sea ya muy tarde para empezar a desarrollarlo.

España fue el último reducto de un catolicismo integrista que, en el siglo XX y de formas diversas, llegó al poder en muchos países de Europa. Su pervivencia, más en las formas que en el fondo, hasta bien entrada la década de los setenta, ha herido de gravedad el crecimiento de una forma de entender la fe antimoderna y contestataria. Los llamamientos a "salvar el Valle", inspirados en muchos casos en los homólogos franceses de la derecha alternativa, olvidan que la minoría social católica no está ni preparada ni organizada, ni motivada, para hacer suyo un legado que no ha defendido en cincuenta años de democracia.

"A largo plazo, serán las instituciones alternativas a las estatales las que puedan fomentar y hacer crecer el tipo de reaccionarismo que hoy por hoy no puede asustar, realmente, a nadie"
Y, aun así, el escrache a Cobo tiene un punto con el que ilusionarse: la pervivencia del tradicionalismo francés no podría entenderse sin las grandes fortunas que lo han hecho posible, facilitando a través de iniciativas de comunicación su expansión: los Bolloré, dueños de Canal+ y firmes seguidores de esta corriente, retransmitieron a millones de personas la peregrinación tradicionalista a Chartres. ¿Imaginamos a Mediaset haciendo lo mismo? La llegada a España de la iniciativa Puy du Fou, inaugurada por Philippe de Villiers en Francia para promover esta visión contrarrevolucionaria de la historia de su país, hace cinco años, es un antes y un después. Es muy probable que la resignificación de Cuelgamuros no acarree más ruido que el de cuatro sables y un par de manifestaciones. A largo plazo, serán las instituciones alternativas a las estatales, con su propia visión de la historia patria, las que puedan fomentar y hacer crecer el tipo de reaccionarismo que hoy por hoy no puede asustar, realmente, a nadie.
Josep Adolf Martí i Bouis
Josep Adolf Martí i Bouis
Cofundador de la agencia Carisma Comunicació
Filósofo y teólogo por la universidad de Edimburgo. Autor del estudio 'Las Salinas, Lanzarote: In Paradisus' sobre la obra del arquitecto Fernando Higueras en Canarias.

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