La obscenidad de la alegría bajo las bombas
La participación de Israel en Eurovisión 2025 en medio de una tragedia humanitaria de dimensiones históricas, no solo ha sido un error diplomático o una falta de sensibilidad institucional sino, por encima de todo, un acto obsceno. Y lo fue aún más al ver cómo se aplaudía, se reía y se festejaba su casi victoria como si los focos del escenario pudieran borrar los escombros que siguen cayendo fuera de cámara. No era solo una actuación más sino una imagen global cuidadosamente coreografiada para proyectar normalidad desde el epicentro mismo del horror.
¿De verdad el pop puede blanquear el horror? ¿Acaso la coreografía milimetrada, la canción pegadiza o la puesta en escena frenética alcanzan para suspender la conciencia colectiva? Hay algo profundamente perturbador en la desconexión entre el escenario de Eurovisión y el escenario real donde miles de vidas se están perdiendo, a menudo sin voz, sin voto, sin canción. No se trata de pedir que la cultura calle, sino de exigir que no se vuelva cómplice.
Israel obtuvo un segundo lugar que, más allá del resultado musical, encierra el mensaje político de una Europa que mira hacia otro lado cuando el espectáculo llama
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