Acoger a los inmigrantes no es suficiente: el verdadero sentido de la hospitalidad
En la antigua Grecia surgió el mito de Procusto. Era este un posadero que, desde la hospitalidad, acogía al forastero para acostarlo en su cama y “ajustarlo” a su medida: si era más grande lo cercenaba; lo estiraba si era más pequeño. Según el poeta y escritor Robert Graves, Teseo acabó con Procusto aplicándole su mismo castigo.
Hoy la realidad de Procusto se vive en la acogida al inmigrante, a quien se “recibe” para contratarle como mano de obra tan barata que no permite ni siquiera los mínimos de una vida digna.
Pero la hospitalidad no reside solo en abrir las fronteras, sino en aceptar la realidad del otro.
Para Kant, filósofo del siglo XVIII, la hospitalidad es uno de los principios fundamentales para construir la paz perpetua, entendida como aquella paz por la que debemos trabajar día a día. Así, la hospitalidad se fundamenta en el derecho natural que tenemos todos los seres humanos a la superficie de la tierra.
Ahora bien, lo relevante de su propuesta es que el derecho a la hospitalidad es transitorio, ya que es el derecho no a ser un huésped sino un visitante con el que “no puede el otro comportarse hostilmente”. Para ser huésped, plantea, “se necesita un contrato especialmente bondadoso”. En este sentido, ser visitante implica el derecho a poder retornar al hogar.
Y precisamente a la vuelta queremos apelar, que el derecho a la hospitalidad implica el derecho a retornar, por tanto, que ser hospitalario no es solo acoger al otro sino también su realidad para poder ayudar a transformarla.
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Huir de la pobreza
El historiador holandés Rutger Bregman, en su libro Utopía para realistas, plantea que una niña somalí tiene un 20 % de probabilidades de morir antes de cumplir los 5 años. Este dato contrasta con el 1.8 % de probabilidades que tenía de morir un soldado norteamericano en primera línea de batalla en la Segunda Guerra Mundial.
La cifra desvela lo que tanto viene denunciando el filósofo y profesor de la Universidad de Yale Thomas Pogge: “aproximadamente un tercio de todas las muertes humanas, unos 18 millones al año, se deben a causas relacionadas con la pobreza, fácilmente prevenibles”.
Por ello, no es de extrañar que la gente escape del lugar en el que está abocada a morir. El profesor Paul Collier, de la Universidad de Oxford, es reiterativo en sus denuncias a los “paraísos” de acogida. Alega que los países desarrollados “tientan” a los inmigrantes para que expongan sus vidas en el mar, pero esta es, según su percepción, una salida moralmente inaceptable. Es, como decíamos al inicio, un Procusto que acoge para contratar como mano de obra barata, pero que no “acoge” la realidad de la que viene el inmigrante.
Por esta razón lo que plantea es el cambio del capitalismo por una “solidaridad mutua”. Bajo esta perspectiva, no se trata sólo de pensar políticas respecto al inmigrante, sino –y este es el horizonte de reflexión del humanismo– dirigir la mirada a las causas de la inmigración. Es decir, no se trata sólo de dar asilo al pobre, sino de desestructurar el sistema que lleva la pobreza; no se trata de sólo refugiar a quien huye de la guerra, sino de darle fin a la misma.
Ofrecer la posibilidad de regresar
Construir el derecho al retorno implica dirigir la mirada al mundo para que haya un ahorro del dolor y una economía que no tenga como centro el mercado. Que deje de ser una economía del consumo y pase a ser una economía del incremento en humanidad.
En este sentido, la hospitalidad abre un horizonte mucho más amplio de comprensión, para que, como planteo en mi libro Dialogando sobre el diálogo, el mundo pueda seguir existiendo. Lo hace entendiéndola como una acogida que no elimina el derecho al retorno, que no desvía la mirada de las causas que causan el dolor del desarraigo.
Y ¿qué significa que “el mundo siga existiendo”? “Pues que siga existiendo la posibilidad de ser seres humanos. No hay mundo cuando hay guerra, cuando hay muerte, cuando hay hambre, cuando la indiferencia es el statu quo. Hay mundo cuando se reconoce que los conflictos bélicos destruyen, cuando se mira el rostro humano del hambre, de la enfermedad, y se interpela la realidad de uno mismo y del otro y se busca cómo cambiarla. Esta interacción exige un diálogo.” La hospitalidad, por tanto, acoge al pobre, pero también mira hacia la pobreza; acoge a la persona y mira hacia la realidad.
Así pues, Kant, el filósofo que planteó la urgencia de ser ciudadanos del mundo, comprendió que la hospitalidad es fundamental para lograr una paz perpetua, invitando a la humanidad a reconocerse en un espacio común. Un espacio que debe pensarse como bueno para todo el mundo. Es una hospitalidad que se abre a la realidad del otro para que encuentre acogida en el lugar al que llega, pero también posibilidad de retornar si así lo decide.
Ante la dificultad que se presenta, cabe finalizar acudiendo al filósofo italiano Diego Fusaro. En su libro Idealismo o barbarie: por una filosofía de la acción trae a colación dos metáforas de la filosofía para comprender el compromiso que todos tenemos en la construcción del mundo a partir de una idea de algo mejor: la caverna de Platón y la jaula de hierro de Max Weber.
La jaula de hierro es la creencia de la imposibilidad de cambiar el mundo. El mutismo de la acción y de los sueños.
Sin embargo, el mito de Platón apela a la urgencia de ser proactivo. Tras desatarse, una de las personas encerradas en la caverna, que veía solo sombras y creía que eso era el mundo, consigue escapar y ser testigo de la realidad. Y después, en vez de huir, baja para rescatar a los otros y darles la opción de acceder a un mundo que contempló como mejor.
Así pues, en el mito de la caverna está el compromiso de pensar, soñar y construir un mundo mejor. Como plantea el profesor de filosofía Francisco Rodríguez Valls, “el hombre no sólo es creador de realidades, sino que se crea junto con el universo que se construye”.
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