En algún momento entre los siglos IV y V, el juguete se rompió. Se le debió fracturar una pierna o simplemente dejó de entretener a los más pequeños. Los padres, los tíos o los abuelos decidieron que la Barbie romana ya no funcionaba y la tiraron al pozo que venían usando como basurero. Casi 2.000 años después, en el redescubrimiento de la antigua ciudad romana de Torreparedones, en el corazón de la campiña de Córdoba, un arqueólogo se topó con una muñeca de terracota articulada, un objeto rarísimo de encontrar en la Península Ibérica, en el territorio de lo que antiguamente fue Hispania.
Ahora, el arqueólogo municipal de Baena, José Antonio Morena, acaba de publicar un estudio sobre el hallazgo de este curioso juguete, una muñeca que, en esencia, no es muy diferente a las que todavía siguen teniendo niñas (y niños) del siglo XXI. Su función sigue siendo la misma: entretener. Pero con la singularidad de que se le pueden mover los brazos, las piernas y la cabeza. Y con él se desarrolla una infinita imaginación de juegos y escenas.
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